Velvet (I)

Lluvia

Cansado, agotado tras el esfuerzo, el arma cayó de su mano y su cuerpo se abandonó a la gravedad. Exhalando un suspiro agradecido, se derrumbó...

La lluvia le azotaba desde todos los ángulos, su cabeza descansaba casi en un charco pero él, en su inconsciencia, no notaba nada. Ignoraba sus ropas caladas así como también el gélido viento que formaba pequeñas olas en el asfalto mojado. Las cortinas de agua se cerraron sobre él y ningún sonido era mas patente que el repiquetear de la tempestad sobre los muros de los edificios y la carrocería de los coches aparcados. Su perseguidor apareció instantes después. Caminado con andar firme, sus botas chapotearon hasta el cuerpo inerme de su presa. Agachándose recogió la pequeña pistola que momentos antes sostuviera el empapado fugitivo. Con el desprecio dibujado en su cara el individuo empujó uno de los costados del cuerpo postrado a fin de hacerlo girar y ponerlo boca arriba, se inclinó sobre él y con manos diestras rebuscó en sus bolsillos. Cartera, reloj, cadena y llaves cambiaron de propietario bajo la atenta y escrutadora mirada de los oscuros nubarrones tempestuosos. Finalmente, el cazador agarró el cuerpo por el cuello de la chaqueta y tirando de él lo arrastró entre la negrura. El temporal arreció al tiempo que las pisadas acompasadas del individuo se alejaban del lugar acompañadas del susurro provocado por el cuerpo que arrastraba tras él.

Un chasquido removió la penumbra formando sombras grotescas en la perfecta negrura que le envolvía. Las sombras que permanecían inalteradas creaban un inquietante contraste con aquellas que respondieron al sonido dando vueltas. El dolor volvió a adueñarse de su ser al abandonar éste el refugio que le brindaba la oscuridad. El chasquido se repitió y el dolor hizo presa en él cuando la mano enguantada volvió a aterrizar en su mejilla, una mano firme, dura, precisa. Abrió los ojos. Las sombras se fueron definiendo hasta alcanzar una claridad aceptable. Su rival se encontraba frente a él sentado en una incomoda silla de madera dispuesto a volver a castigar su rostro a fin de despertarle. Aquel rostro le provocó un torrente de ideas, pensamientos y recuerdos que por un momento se fundieron con la incertidumbre y el mareo. Su captor aguardó pacientemente a que se despejara reclinándose en la silla pese a su aparente fragilidad. La silla crujió ofendida. Un poco más recuperado del mareo, el prisionero intentó levantarse de la silla en la que se descubrió sentado, mas unas esposas en sus muñecas opinaron lo contrario. La silla era de metal y las ataduras, también metálicas, se enroscaban en torno a la estructura evitando que el cuerpo cayera hacia delante. Alzando la cabeza examino el lugar donde se encontraba. Una mugrienta bombilla pendía del techo derramando su dura luz sobre unas grises y no menos duras paredes. La luz le cegó y le obligó a mirar en dirección contraria, una mesa desvencijada se enseñoreaba de buena parte de la pequeña habitación. No había nada más, una mesa, dos sillas y los dos individuos enfrentados uno a otro. De pronto, cuando las manchas creadas por la luz se disiparon de sus retinas, reparó en un objeto sobre la mesa. En la superficie amarillenta desconchada destacaba como un agujero la silueta de un revolver. Sin brillos acerados el metal presentaba un color tan oscuro como los escrutadores ojos de su inesperado carcelero. Pasaron siglos hasta que su oponente se dignó a dirigirle la palabra. Con una voz inesperadamente cálida le dio la bienvenida al mundo de los vivos.

-¿Quién eres?- inquirió el apresado cada vez mas desconcertado cuando su joven contertulio le dirigió aquellas palabras.

- Puedes llamarme Carson, Tom Carson, encantado- contesto el oponente con una sonrisa lobuna llena de dientes tendiéndole la mano.

- ¡¡No es cierto!!- protestó el otro de viva voz- ese es mi nombre, yo soy Tom Carson-

El impostor borró de pronto su sonrisa y adopto una postura rígida, frustrada.

- De acuerdo, - bramó con una fiera mirada en sus ojos y una mueca de desprecio en sus labios -¿por qué preguntas si no te contentas con las respuestas que te dan?-

Alargó un brazo y posó su mano sobre el arma, la cogió y la llevo lentamente hasta la frente de Carson.

- Se acabó.- añadió- Te iba a dar una oportunidad pero eres un maleducado. Adieu-.

- No, espera, lo siento. – suplicó Tom viendo la proximidad de la muerte. Su cuerpo temblaba y sus brazos se afanaban en soltar sus ligaduras, generando un molesto repiqueteo que inundaba la habitación. El sudor empapaba todo su cuerpo y el frío metal del cañón le quemaba la frente. – Lo siento - repitió- no quería ofenderte... Tom. Por favor, dame esa oportunidad.- Las lagrimas comenzaron a mezclarse con el sudor.

- D’accord –respondió el impostor con un brusco movimiento y volvió a echarse con violencia contra el respaldo de la maltrecha silla al tiempo que retiraba el arma con tal rapidez que la succion marcó un circulo rojo en la frente de su presa dándole un aspecto de diana. Cuándo volvió a hablar lo hizo de nuevo con una voz afable, melosa y, tal vez, incluso seductora.- Vamos a jugar ¿conoces el juego? – Preguntó con un expresivo ademan al abrir el tambor del arma y sacar uno por uno los cartuchos que iba guardando en su bolsillo dejando únicamente uno en el revolver. Seguidamente lo cerró y, con la misma sonrisa de momentos antes, dio impulso al tambor para hacerlo girar con un macabro repiqueteo.- Si la suerte te sonríe y no coincide la bala con el cañón significará que el destino no quiere que mueras a mis manos, te dejaré cruzar esa puerta y me olvidaré de ti para siempre, ¿sigues queriendo la oportunidad?-

- Si- contesto Carson escuetamente, sopesando si era de fiar la palabra de aquel singular personaje.

Alzando la cabeza miró mas allá de su contrincante y contempló la puerta de la que hablaba. Las dudas se cebaron en él, mas acabó accediendo ya que era infinitamente mejor una pequeña oportunidad que una muerte segura.

El ruido del tambor se fue sofocando lentamente hasta que el movimiento paró en una de las recamaras. La suerte estaba echada. Con brazo firme, el ejecutor puso el arma contra la sien del indefenso y asustado hombre. El ruido casi destroza sus tímpanos. La tensión, el silencio y la incertidumbre causaron que el lóbrego chasquido retumbara como un trueno en todo su ser, y la anticipación del inexistente proyectil casi detuvo su azorado corazón. No obstante estaba vivo, había ganado. Con el aliento entrecortado el afortunado humano esperó pacientemente a que su captor retirara las esposas que cercaban sus muñecas. Una vez libre, la furia que podría haber tomado posesión de él se redujo a un conato al reparar en una segunda pistola que portaba su oponente.

- No hagas tonterías- le reprendió el joven armado – hoy es tu día de suerte, pero ignoras lo poco que duran los días para la Dama Fortuna. Vete - añadió señalando la puerta con el arma – te será fácil encontrar el camino a tu casa, hay una estación de tren cerca de aquí.-

Carson abrió la puerta y se aventuró a la oscuridad que le aguardaba tras ella sin atreverse a dirigir ni una mirada a su aprehensor. Tras un par de cortos pasos en la penumbra la puerta se cerro con un crujido a sus espaldas y casi tropieza con un escalón que descendía en medio de la oscuridad. Su cabeza zumbaba como una pieza de maquinaria subiendo más y más de volumen amenazando con hacerle perder el sentido de nuevo. Descendió cuidadosamente el único escalón y continuó su camino a tientas. En su mente se formaba el plan de acción que tomaría contra su agresor en cuanto llegara a un teléfono. Llamaría a su secretaria para poner en movimiento a sus matones. El arrogante chico que le había puesto en esta situación dejaría este mundo de una forma dolorosa, igual que todo aquel que osara desafiarle. De pronto su pie tropezó con algo metálico que le llenó de pánico.

Una vez solo, el falso Carson aguardó un instante mirando su reloj y apagó la luz al tiempo que se regodeaba en silencio de los sonidos que llegaban desde el otro lado de la puerta. Primero pasos inseguros, luego un golpe contra el metal y un reniego seguido por un traqueteo que subía de intensidad y el sonido de las chispas al aplicar los frenos a la enorme mole que suponía el metropolitano de la línea 5 a su paso por el túnel. Finalmente lo de costumbre, gritos, carreras y murmullos mezcla de pánico y horror. En silencio, sin apenas un chirrido, abrió la puerta y se desvaneció en la oscuridad hacia el lado opuesto a la cabecera del tren.

Aquella noche en una pequeña casa de los suburbios toda una familia esperó una llamada que no llegó. Perdiendo la esperanza por momentos, el sueño fue ganando uno a uno los corazones de todos los habitantes de la casa. El último pensamiento de la mujer antes de sucumbir a Morfeo fue una plegaria a su Dios para que nada hubiera salido mal... aunque dadas las horas era muy posible que fuera en vano. Las nubes se amontonaban por encima de los edificios y la lluvia golpeteaba en la ventana presagiando el fracaso. Lenta, perezosamente la lluvia cesó y el sol comenzó a asomar tímidamente entre los retazos de nubes que, junto con la noche, se retiraban como los espectros a los que albergaba. Finalmente amaneció. Sumida profundamente en la neblina del sueño la mujer susurró unas palabras.

  • La Frase de Hoy: No llueve eternamente. Eric Draven, El Cuervo.
  • Para el que no lo Sepa: Llevo varios años atascado con el 4º capitulo. Se dice pronto.



...Y aqui, de pie, acallando el latido de mi corazón, vuelvo a repetir...

1 comentario:

Logabe dijo...

justo estaba leyendo yo este relato el otro día en el metro/tren, porque apareció entre las cajas junto con otros relatos (todos muy bien guardaditos) :) Me encanta el penúltimo trozo, la explicación al desconcertante "De pronto su pie tropezó con algo metálico que le llenó de pánico." que lo lees y te quedas: WTF????!

Si esto es sólo el capítulo I, y estás atascado con el IV, me faltan el II y el III.. hum.... ¬¬ xP